Eran como las 11:30 de la noche, cuando una mujer afroamericana de cierta edad se encontraba al borde de la carretera de Alabama, en medio de una fuerte tormenta. Su auto se había averiado y aunque estaba totalmente empapada, agitaba su abrigo con la mano intentando desesperadamente que alguien la auxiliara, más los automovilistas la ignoraban, mientras ella caía en una profunda depresión. Eran tiempos difíciles; los negros aún no eran muy bien vistos por los norteamericanos y esto dificultaba en gran medida su situación.
De pronto surgió el buen samaritano; un joven de raza blanca se detuvo para ayudarla, la llevó a una población cercana para conseguir un mecánico e incluso le consiguió un taxi para que llegara a su destino. Aquella mujer le preguntó su nombre y dirección al joven y se despidió de él totalmente agradecida.
Una semana después alguien llegó a la casa de aquél joven para entregarle un televisor tamaño gigante, acompañado de una nota que decía:
“Gracias por toda la valiosa ayuda que me brindó la otra noche. La lluvia había acabado con mi ánimo, cuando de pronto apareció usted para brindarme un apoyo tan valioso, de esta manera me fue posible llegar hasta la cama de mi marido agonizante justamente antes de que muriera. Dios lo bendiga por estar dispuesto a ayudar y servir de forma tan desinteresada”
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